viernes, 12 de febrero de 2010

Inteligencia Emocional en la Educación




LA EMOCIÓN CREA RECUERDOS RESISTENTES

‘Un recuerdo asociado a una información cargada emocionalmente permanece grabado en el cerebro’.

Esta es la gráfica descripción que hizo el escritor Jill Neimar en un excelente artículo publicado en la revista PSYCHOLOGY TODAY, titulado: ‘Es mágica. Es maleable. Es... la Memoria’.

Los científicos están ahora empezando a comprender cómo funciona la memoria emocional se pueden desencadenar ante acontecimientos positivos y negativos. En cualquier tipo de experiencia emocional el cerebro se aprovecha de la reacción de lucha-o-huida, que inunda las células de dos potentes hormonas del estrés, la adrenalina y la noradrenalina.

El Dr. James McGaugh, de la Universidad de California (Irvine), dice: ‘Creemos que el cerebro se aprovecha de los neurotransmisores liberados durante la respuesta al estrés y de las emociones fuertes para regular la intens9idad con que se almacenan los recuerdos’.

Las hormonas del estrés estimulan reacciones físicas obvias -el corazón bombea más rápido, los músculos se tensan-. Pero también fijan imágenes muy vívidas en las células del cerebro. Con fundamento de causa : ¡le interesa saber cómo reaccionar -al instante- la próxima vez que se le acerque un maníaco blandiendo un hacha!

Un notable estudio, llevado a cabo por McGaugh y su discípulo Larry Cahill, indicó claramente cómo las emociones, hasta las más habituales y cotidianas, se asocian a mejor memoria -y a mayor capacidad de aprendizaje.

Se suministró a dos grupos de estudiantes universitarios un fármaco que bloqueaba los receptores de la adrenalina y de la noradrenalina. A continuación, se le proyectaron 12 diapositivas en que se representaban escenas como las de un niño cruzando la calle con su madre o visitando a un hombre en el hospital. A un grupo se le explicó una historia de lo más normal relacionada con las imágenes: el niño y la madre van a ver a su padre, que es cirujano. Mientras el segundo grupo escuchaba una historia inquietante y dramática: al niño le atropella un coche y el cirujano intenta coserle el pie que le ha seccionado.

Dos meses más tarde se pasó un test sorpresa a los participantes en el estudio. Los que habían escuchado la historia cotidiana demostraron poseer una escasa capacidad para recordar el contenido de las 12 diapositivas; el grupo que había escuchado el relato dramático recordó las diapositivas ‘significativamente mejor’.

En otra prueba, los psicólogos pedían a la gente que escuchara listas de palabras, entre las que se incluían palabras con carga emocional, tales como PECHO, CADÁVER y VIOLADOR. Los participantes recordaron mejor las palabras ‘emocionales’ que las neutras. Y lo que quizá tenga más interés es que también recordaron mejor qué voz había dicho las palabras -un claro indicio de que habían prestado mayor atención a los hechos asociados.

Desde el punto de vista del educador, Robert Sylwester, profesor de educación de la Universidad de Oregón, argumenta convincentemente a favor de la necesidad de prestar mayor atención al valor de las emociones en la enseñanza.

Afirma: ‘Sabemos que la emoción es muy importante en el proceso de aprendizaje porque potencia la atención que, a su vez, potencia el aprendizaje y la memoria. Sin embargo, nunca hemos acabado de entender la emoción, y por ello no sabemos cómo regularla en la escuela -aparte de definir demasiado o demasiado poco de ella como mal comportamiento y de relegar su mayor parte a la plástica, las manualidades, el recreo y las actividades extraescolares.

‘Medimos si nuestros alumnos saben deletrear correctamente, no su bienestar emocional. Y cuando el tiempo se nos echa encima, recortamos las ‘asignaturas difíciles de evaluar’, como la plástica, que tienden más a lo emocional. Al separar la emoción de la lógica y la razón en clase, hemos simplificado el sistema escolar y el proceso de evaluación, pero también hemos separado dos caras de una misma moneda, y hemos perdido algo muy importante en el proceso.

‘Es imposible separar la emoción de las actividades de la vida. NO se le ocurra intentarlo’.


He aquí por qué es VITAL que la emoción participe en el aprendizaje y en la educación.

En primer lugar, hay más conexiones neurales que van DESDE el sistema límbico HASTA la corteza cerebral que viceversa. Por lo tanto, la emoción suele tener mayor influencia sobre nuestro comportamiento que la lógica. En segundo lugar, hemos visto que el sistema límbico/emocional actúa a modo de interruptor, enviando la información procedente de los sentidos a la corteza pensante.


De todos modos, hay una ruta rápida que envía la información cargada emocionalmente que podría ser amenazante -no ‘hacia arriba’ para su análisis ulterior sino directamente hacia abajo, es decir, a las partes más primitivas del cerebro, para desencadenar una reacción ‘visceral’.

Esto explica por qué situaciones que previamente han causado dolor o miedo pueden desencadenar reacciones irracionalmente violentas e instintivas. Es mejor reaccionar instantáneamente al más mínimo atisbo de algo que se parece a una serpiente, incluso si, después de un examen más detenido, resulta ser un palo inofensivo. Pero puede ocurrir el mismo proceso cuando, por ejemplo, ‘aprendemos’ a tener los problemas de matemáticas.

Por eso es tan importante que aprendamos a controlar nuestro estado mental. Y por eso, enseñar a los escolares a identificar, reconocer, y controlar sus emociones debería incluirse en CUALQUIER programa escolar. Sin embargo, es algo que suele brillar por su ausencia.

Hay un aspecto más importante por el que se debería permitir la participación de la emoción en el aprendizaje. Nuestros cerebros están preparados para reconocer y reaccionar rápidamente ante peligros repentinos. Pero no lo están para reconocer el peligro presentado de forma gradual. El cerebro no tiene un sentido de la urgencia creciente y, por lo tanto, en tales casos no se desencadenan reacciones fuertes. Por este motivo, nos cuesta motivarnos para afrontar la amenaza progresiva de la escasez de recursos, la contaminación, el deterioro urbano o la superpoblación -e, incluso la desaparición de puestos de trabajo a gran escala-. Son cambios demasiado graduales para que los registremos como amenazas a nuestra vida.

Debemos encontrar alguna forma de convertir estos problemas en algo urgente, si queremos que la gente esté lo suficientemente motivada para implicarse en acciones colectivas. Y, sobre todo, necesitamos hacer que estos problemas sean algo ‘vital’ para nuestros escolares, porque será su generación la que tendrá que encontrar las soluciones o vivir con todas las consecuencias.

Elba L. Menecier