lunes, 28 de enero de 2008

Las ideas creativas nacen del subconsciente




Un estudio neurológico muestra cómo ayudar al cerebro a tener grandes ideas


Una concentración excesiva bloquea la mente; los científicos aconsejan abstraerse Los científicos abogan por dejar el cerebro que procese datos a nivel subconsciente


Josep Corbella Barcelona 23/01/2008


Si son ustedes el tipo de personas que tienen sus mejores ideas en la ducha como Woody Allen, o en la bañera como Arquímedes, o si son víctimas de uno de esos jefes que vuelven de vacaciones cargados de nuevos proyectos, un equipo científico de las universidades de Londres y Viena tiene una explicación que ofrecerles: las mejores ideas, las más originales y creativas, no se encuentran concentrándose a fondo en un problema; al contrario, un exceso de concentración bloquea la mente, según datos de una investigación presentada ayer en la revista científica Plos One; lo más útil, para tener una buena idea, es abstraerse y dejar que el cerebro reorganice pensamientos a nivel subconsciente. Y de las áreas del cerebro que procesan información a nivel subconsciente, surgirá sin previo aviso esa sensación de "eureka, ya lo tengo, voy a empezar hablando de Woody Allen y Arquímedes, y de paso voy a meterme con el jefe".


"Centrarse en el problema es importante, pero concentrarse demasiado es perjudicial porque puede bloquearnos", explica Joydeep Bhattacharya, de la Universidad de Londres, por correo electrónico. "El pensamiento creativo relaciona ideas que no tienen conexión aparente entre ellas. Este tipo de relación raras veces puede forzarse de manera consciente".


En la investigación han participado 21 voluntarios que se han prestado a que se les hicieran electroencefalogramas mientras intentaban resolver problemas. Las soluciones no se podían encontrar por deducción sino que requerían inspiración. En la mayoría de casos, los voluntarios llegaron a un punto en que pensaron que no resolverían el problema antes de dar con la solución.


Los electroencefalogramas revelan que, durante este estado de bloqueo mental, hay una gran actividad de ondas gamma en la región posterior del cerebro. Estas ondas se asocian a la atención selectiva consciente, que limita la capacidad de analizar un problema desde perspectivas distintas. Pero aquellas personas que fueron capaces de relajar estas ondas gamma y liberar en otras áreas regiones del cerebro ondas alfa -asociadas a estados mentales más relajados- acabaron encontrando las soluciones.


Los resultados, según Bhattacharya, pueden ayudar a mejorar el rendimiento en profesiones creativas y a mejorar la educación en las escuelas. "Debería potenciarse más la parte inconsciente del procesamiento de información en el cerebro", afirma.

martes, 22 de enero de 2008

Medio segundo para pasar del inconsciente al consciente




El presente es inalcanzable para el cerebro


El tiempo de nuestra percepción está atrasado medio segundo respecto al tiempo real de los acontecimientos


El cerebro no tiene ninguna posibilidad de alcanzar la velocidad de los acontecimientos, ni por tanto de atrapar el tiempo que transcurre, ya que el tiempo de nuestras percepciones está retrasado alrededor de medio segundo respecto al tiempo real. Así lo explica el neurólogo de California Benjamín Libet en su nuevo libro “Mind Time: The Temporal Factor in Consciousness”, que suscita nuevos interrogantes sobre los mecanismos de la conciencia. Libet ha constatado que para que un acontecimiento pase el umbral de la conciencia y sea registrado por una persona, el tiempo desempeña un papel fundamental, ya que si el acontecimiento ocurrido no dura más de medio segundo, el consciente humano sencillamente lo ignora. Por Eduardo Martínez.

Nuestro cerebro necesita medio segundo de tiempo para que un estímulo pase del inconsciente al consciente, según ha descubierto el neurólogo de la Universidad de California Benjamín Libet. Según sus investigaciones, adquirimos conciencia de la realidad con cierto retraso respecto a la velocidad de los acontecimientos, tan sólo una vez que ha transcurrido medio segundo.


Para Benjamín Libet, por ello no tenemos ninguna posibilidad de alcanzar la velocidad de los acontecimientos, ni por tanto de atrapar el tiempo que transcurre. Lo explica en su nuevo libro Mind Time: The Temporal Factor in Consciousness, del que Stephen M. Kosslyn ha realizado un interesante extracto. La obra constituye una presentación de los últimos trabajos de Libet sobre los mecanismos de la conciencia.


En uno de sus experimentos, Libet puso electrodos sobre el córtex somatosensitivo de pacientes despiertos. El córtex somatosensitivo es la región del cerebro sobre las que circulan las informaciones sensoriales registradas a lo largo del cuerpo. Puede consultarse al respecto el trabajo de Kulisevsky La organización del movimiento: estructura y función de los ganglios basales.


Con la ayuda de una débil corriente eléctrica, Libet provocó sensaciones en la superficie de la piel de los pacientes cuya duración temporal variaba deliberadamente. Comprobó que si disminuía la duración de los impulsos eléctricos, los pacientes percibían cada vez menos esta agresión y que por debajo de las 500 milésimas de segundo, no se enteraban de nada de lo que ocurría sobre su piel.


No hay conciencia sin tiempo


Su conclusión es que para que un acontecimiento pase el umbral de la conciencia y sea registrado por un sujeto, el tiempo desempeña un papel fundamental, ya que si el acontecimiento ocurrido sobre la piel no dura más de medio segundo, el consciente humano sencillamente lo ignora.


No es la primera vez que Benjamin Libet sorprende con sus descubrimientos sobre la conciencia. Anteriormente había demostrado también que nuestro cerebro toma las decisiones casi un segundo antes de que las asumamos conscientemente. Esta constatación ha llevado a algunos científicos, como Wolf Singer, a dudar de la real existencia del libre albedrío.


Para obtener este resultado, Libet utilizó pacientes que se mantuvieron despiertos cuando eran sometidos a un episodio de cirugía cerebral. Les pidió que movieran uno de sus dedos mientras observaba electrónicamente su actividad cerebral. De esta forma pudo comprobar que hay un cuarto de segundo de retraso entre la decisión de mover el dedo y el momento presente.


Roger Penrose, en su obra La Nueva Mente del Emperador (1989), ya describía dos experimentos que tienen que ver con el tiempo que necesita la conciencia para actuar y ser activada. El primero de estos se refería al papel activo de la consciencia y el segundo a su papel pasivo.


La decisión necesita un segundo


El primero de los experimentos descrito por Penrose fue realizado por Kornhuber en 1976. Unos voluntarios permitieron que se registrasen las señales eléctricas en un punto de sus cabezas (electroencefalogramas), y se les pedía que flexionaran varias veces, y repentinamente, el dedo índice de sus manos derechas a su capricho.


La experiencia descubrió algo curioso: hay un aumento gradual del potencial eléctrico registrado por el cerebro durante un segundo entero, y hasta un segundo y medio, antes de que el dedo sea flexionado. Esto parece indicar que el proceso de decisión consciente necesita un segundo para actuar.


El segundo experimento al que se refiere Penrose es al de Benjamin Libet, según el cual cuando se aplica un estímulo sobre la piel de los pacientes, transcurre aproximadamente medio segundo antes de que sean conscientes de dicho estímulo.


Para Penrose, de ambos experimentos se desprende que el tiempo de nuestras "percepciones" está atrasado alrededor de medio segundo respecto al tiempo real de los acontecimientos. Es decir, aparentemente, el reloj interno de cada uno de nosotros está arasado medio segundo respecto a la velocidad real de los acontecimientos.

Cuestión de amígdalas o de neocorteza


Para Penrose, la conclusión de estos dos experimentos considerados en conjunto es que la conciencia no puede reaccionar a una agresión externa si la respuesta tiene que tener lugar en menos de dos segundos.


Hay una posible explicación de esta manera de proceder de la conciencia, ya que cuando el cerebro recibe un estímulo, a través de cualquiera de los cinco sentidos, lo registra en dos lugares: uno es en la amígdala y el otro es en la neocorteza.


La amígdala es el área con forma de almendra que se encuentra en el cerebro. Es la encargada de recibir las señales de peligro potencial y la que desencadena una reacción capaz de salvar la vida. La amígdala es por tanto la primera región del cerebro en recibir un mensaje. Es muy rápida y en un instante indica si debemos atacar, huir o detenernos.


La neocorteza, capa cerebral externa en la que se llevan a cabo funciones superiores como la planificación, el razonamiento y el lenguaje, está más lejos que la amígdala y recibe los mensajes sensoriales más tarde, pero, a diferencia de la amígdala, tiene mayores poderes de evaluación, y se detiene a considerar más cosas. Además, la neocorteza se comunica con la amígdala para ver qué opina antes de reaccionar.


El presente sólo dura tres segundos


Dado que el 95 por ciento de los estímulos que recibimos llegan directamente a la neocorteza y sólo un cinco por ciento van directos a la amígdala, el retraso que experimenta la conciencia en registrar las sensaciones corporales y en reaccionar puede estar relacionada con la fase de evaluación que necesita la amígdala.


En cualquier caso, los trabajos de Libet consolidan las investigaciones sobre los mecanismos de la conciencia y el papel que desempeña el factor tiempo en los procesos cerebrales.


Otras investigaciones, realizadas tanto con europeos como con indios yanomanis y bochimanos, han establecido a su vez una constatación universal: que el presente dura tres segundos para todas las personas.


Tres segundos es el lapso de tiempo que necesitamos para distinguir sucesivos impactos sonoros o lumínicos, para guiñar un ojo o para cualquier movimiento corporal. Todo lo demás que añadimos, bien que una experiencia cualquiera se nos hace larga o corta, son sólo sensaciones que no tienen que ver con nuestra conciencia del presente.


Para la mayoría de las personas, en menos de tres segundos es imposible percibir nada y a partir de ese período de tiempo, el mundo cobra realismo para la conciencia humana. Un ingrediente más a tener en cuenta a la hora de valorar los experimentos de Libet.

jueves, 10 de enero de 2008

A la caza de la conciencia





En la Inglaterra de 1940 el joven científico Francis Crick decidió dedicar su vida a develar dos misterios: los fundamentos de la vida y cómo da origen el cerebro a la conciencia.


Para 1953 Crick y James Watson, su joven colaborador estadounidense, habían resuelto el primero de ellos con su modelo del ADN. Comenzaron así una revolución en la biología y se ganaron un puesto permanente en los anales de la ciencia.
Luego de eso, Francis Crick se concentró en buscar un área física del cerebro que fuera crítica para la conciencia humana. A pesar de sus esfuerzos, el enigma de la mente permanece tan intratable como siempre.


En el acto homenaje a Crick, fallecido el 28 de julio de 2003 a los 88 años, que se celebró en el Instituto Salk de La Jolla, se habló de este asunto inconcluso.
Se desconoce de qué manera los miles de millones de células cerebrales interpretan sensaciones, hacen uso de la memoria y asociaciones para encontrarles algún sentido, y finalmente crean pensamientos conscientes acerca del mundo.


"Para nosotros es inconcebible, pero de algún modo sucede", dice Terry Sejnowski, un neurobiólogo computacional del Instituto Salk que estudia cómo utilizar computadoras para entender el cerebro.
"La conciencia es esquiva", dice. "Es difícil atraparla".


Según los científicos, la conciencia, sobre la que teólogos y filósofos han reflexionado por siglos, es, en el fondo, el producto de la biología, por más desconcertante que esto pueda parecer.


"Las alegrías y tristezas, memorias y ambiciones, el sentido de identidad personal y libre albedrío, no son más que el comportamiento de un vasto armazón de células nerviosas y moléculas asociadas", escribió Crick en 1994 en su libro "La hipótesis sorprendente".


Dilucidar cómo el cerebro crea la conciencia modificaría profundamente la manera en que los humanos nos vemos a nosotros mismos, dicen los científicos.
Conociendo los mecanismos internos, se podrían encontrar nuevos tratamientos para las enfermedades mentales. Comportamientos antisociales como la violencia y el abuso sexual podrían abordarse desde nuevos ángulos.
Se podrían construir máquinas que realmente piensen, lo que traería al mundo real la inteligencia artificial de la ciencia ficción.


"Las posibilidades son ilimitadas", dice Sejnowski. "Es como tener el Santo Grial".


Los neurocientíficos poseen medios refinados para estudiar cómo las distintas partes del cerebro procesan la luz, el sonido, los olores, el sabor y el tacto. Han identificado en el cerebro lugares importantes para el lenguaje, habla y memoria.


Pero a la conciencia atañe la manera en que todas las partes se unen para crear una mente pensante.
"El reduccionismo es una buena manera de empezar, pero llega el momento en el que hay que unir las piezas y ver cómo funcionan en conjunto" dice Sejnowski. Él llama al esfuerzo de armar esa visión global "el proyecto Humpty Dumpty".

Hoy, más que en cualquier otro momento de la historia, los neurocientíficos creen poder resolver el problema de la conciencia.


Técnicas de imagen refinadas, como las usadas en resonancia magnética, pueden mostrar al cerebro vivo en acción hasta el detalle de la activación de pequeños grupos de neuronas en partes específicas del mismo.
Entretanto, la avanzada tecnología de computadoras permite a los científicos filtrar enormes cantidades de información y crear modelos de cómo operan diferentes partes del cerebro.


"La tecnología para descubrir y caracterizar cómo la mente subjetiva surge del cerebro objetivo está a nuestro alcance", escribe en su nuevo libro, La búsqueda de la conciencia, Christof Koch, neurocientífico de Caltech y colaborador de Crick durante mucho tiempo. "Los próximos años serán decisivos".


Uno de los métodos con que los científicos han atacado el problema de la conciencia —y en el que Crick se concentró en los últimos años de su vida— consiste en estudiar de qué forma el cerebro interpreta y da sentido a lo que ven los ojos.
El estudio de la atención, o qué circuitos neuronales son afectados cuando el cerebro se concentra en un objeto visual dejando a otros de lado, es un área importante en este campo.
El sistema visual, desde la retina del ojo hasta la corteza visual y más allá, abre una ventana —por decirlo de alguna manera— hacia uno de los aspectos de la conciencia.


Los científicos que estudian el sistema visual en el cerebro han hallado que ciertas células cerebrales se activan cuando detectan movimiento. Otras parecen activarse sólo en respuesta a cambios de color o dimensión.
Pero no está nada claro qué significa todo esto, y los científicos que buscan diagramar caminos visuales en el cerebro que contribuyan a la conciencia están en gran medida buscando a ciegas, dice Ed Callaway, un neurocientífico del Instituto Salk.


"Hay miles de millones de neuronas en el cerebro, y cuando las registramos, no sabemos de qué tipo son", dice. "Hay una enorme complejidad neuronal".