miércoles, 14 de mayo de 2008

Emociones Básicas




En las emociones experimentamos determinadas situaciones, incluyendo tal experiencia una forma de estar el cuerpo: en tensión cuando se trata de agredir o huir, en relajación cuando estamos tristes, es excitación cuando estamos alegres o amamos.. No es que la emoción sea exclusivamente corporal, ni tampoco sólo mental. Es el caso que el aspecto mental y las sensaciones físicas van completamente unidas.


Además todas las emociones son algún tipo de actos, lo que constituye una característica fundamental a la hora de comprenderlas. Tendremos que mirar a su alrededor, ya que al ser actos son actos entre actos, esto es, van dentro de los deseos como medios de llevarlos adelante.


Evidentemente es fácil reconocer que huir de un peligro, golpear a alguien, acariciar, etc. son acciones. Pero qué hacemos cuando, sentados en una silla, nos angustiamos pensando en un problema, o cuando estamos sintiendo amor viendo cómo juega nuestro hijo? La respuesta para estas acciones aparentemente "en el aire" es variada:


a) En unas ocasiones estamos en el momento de la acción en el que estamos planificando y /planificar/ es una parte de lo que hacemos. Así la huida tiene diversos pasos: cuando corremos, cuando buscamos un lugar seguro; pero también un momento de la huida es aquel en el que pensamos a toda velocidad en la necesidad de huir, hacia donde, de qué manera, haciendo un esquema en un papel.


b) O bien se trata de acciones sin desplazamiento como lo sería descansar tumbados en la cama. Así alguien puede preguntar, qué está haciendo fulanito?, y contestamos "está descansando". Notemos que en el lenguaje los verbos suelen cumplir la función de expresar acciones, y que tenemos unos verbos que son dinámicos (extensivos como /pensar/, /fantasear/, /concentrarse/... La emoción es una forma especial, en los verbos flexivos, de realizar dichas acciones. Por ejemplo, odiar pensando consistirá en una forma de agredir mentalmente a alguien, o amar fantaseando un forma de dar y recibir cosas respecto a un personaje de nuestra imaginación.


c) otras veces se trata de los roles pasivos de las acciones. Cuando cuidamos de nuestro hijo y recibimos de él una sonrisa, o vemos que ha hecho un progreso, sentimos el afecto correspondiente a algo que se nos da. Nadie duda que saludar es una acción, pero dentro de esa acción se necesitan dos roles, de agente y de paciente, de manera que cuando alguien nos extiende su mano, que nosotros la acojamos forma parte del saludo (de lo contrario se trataría de un saludo frustrado). De la misma forma, ver que nuestro hijo juega es recibir de él una especie de apretón de manos por el que se nos recompensa de los esfuerzos y expectativas centradas en él.


A menudo la emoción no se ve como una acción porque a diferencia de un saludo, que es una acción corta y sencilla, en un proyecto largo y complejo como pudiera ser el de una vida familiar, los distintos momentos parecen estar aislados, separados entre, sí, tal como si el día de la boda y el día que vemos retozar a nuestro hijo no formaran parte de la misma macro-acción, el proyecto de tener una familia. Es decir, que cuando muchas acciones se juntan para convertirse en un proyecto a largo plazo, es fácil que perdamos de vista el sentido de lo que hacemos de tal forma que estemos sintiendo algo y no sepamos bien porqué.


Un ejemplo de estos deseos complicados en los que nos perdemos puede ser el enamoramiento. Durante muchos años vamos perfilando nuestros gustos, los valores morales, nuestra forma de entender la relación entre hombre y mujer, nuestra manera de pensar. De pronto vemos a una persona, con sus gesto, una forma de ser que creemos adivinar, una serie de futuros momentos que nos gustaría compartir. esto es, esa persona parece "encajar" como candidato para una serie de proyectos que hemos ido construyendo. En el momento del "flechazo" parece que sentimos un amor repentino, sin explicaciones ni razones: pero esa impresión es debida a que nos conocemos poco, a que olvidamos aquellos otros momentos en los que nos hacíamos cábalas sobre el amor, los ideales, los gustos y las expectativas para el futuro. Tampoco es del todo casualidad que la literatura y el cine que más nos ha impresionado nos aprovisionen de fórmulas (oratorias, de gestos, de maneras de seducir, etc.: usamos una semántica amorosa ya prefabricada en años anteriores). Lo podríamos resumir de una manera más simple: si habíamos deseado enamorarnos un dia, cómo es que ese día en el que sucede nos olvidamos de que estamos realizando un deseo que teníamos? Esto es no re-conocerse. Olvidarse de lo que uno mismo ha deseado antes.


Para explicar mejor cómo las emociones son actos entre actos daremos unas reglas generales:


- En las emociones de tipo miedo vivimos un aviso de un peligro que arruinaría un deseo que tenemos (de vivir, gozar de buena salud, tener una excelente imagen personal, caer bien a los demás, etc.).
- En la agresión nos defendemos de un peligro (si somos vendedores, del peligro de quedarnos sin clientes; si somos deportistas, del peligro de perder; del peligro de un ataque, de una ofensa, etc.). La defensa, de tener éxito, logrará liquidar dichos peligros, con lo que podremos llevar a cabo nuestros deseos (ver vendedores que venden, deportistas que triunfan, seguir sanos, tener buena imagen de nosotros mismos, etc,).
- Con el tipo amor, obtenemos las cosas que se dan por generosidad, y que son deseables. Podemos desear realizar nuestra sexualidad, tener el apoyo de un compañero, alguien con quien distraerse, etc. El modo de conseguir este cúmulo de necesidades que se espera que un compañero satisfaga, es conquistando su voluntad de darnos por un intercambio amoroso.


TONO EMOCIONAL


Nuestra vida emocional es mucho más rica de lo que parece a simple vista. La emoción acompaña a todas las acciones, y resulta que siempre estamos haciendo algo, incluso hasta en sueños realizamos cosas en fantasía.


Si fuésemos a estudiar lo que hacemos durante una jornada observaríamos multitud de emociones de poca intensidad (emotividad cotidiana): el miedo insignificante que tuvimos al mirar el reloj por la mañana temiendo llegar tarde al trabajo, el pequeño susto que tuvimos al tropezar con un escalón, la rabia que sentimos cuando la prenda que queríamos ponernos está en la lavadora... y continuando de esta manera podríamos ir coleccionando miles de pequeñas y fútiles emociones diferentes, y todas ellas sin mayor relevancia, que tuvimos a lo largo del día.
Desde luego no es lo más común fijarnos en estas emociones, y con razón, si es que se tienen otros asuntos más importantes en qué pensar. Lo recordamos aquí para señalar a esa vida emocional que late junto a nosotros como una sombra alrededor de todo lo que hacemos.


En verdad sólo pensamos en las emociones cuando:
.- Las estudiamos para conocernos o reflexionar.
.- Algo va mal en ellas (por exceso, injustificación, inconveniencia, olvido, etc.).
.- Aun no siendo problemáticas, simplemente nos relamemos en su contemplación.
.- Las queremos aumentar, exagerándolas; o disminuir, atenuándolas.


El énfasis puesto o no puesto en la emoción como objeto de atención, clarifica un tipo de fenómenos: normalmente nos preocupamos del sentido de las cosas, y no de cómo está nuestro cuerpo mientras actuamos. El cuerpo funciona, cuando prestamos atención a nuestros asuntos, como una especie de vidrio traslúcido a cuyo través miramos.


En la psicosis se da el caso contrario. Por ejemplo, la persona coge algo con la mano y se pone a mirarla como algo ajeno que no controla, olvidándose de porqué la había estirado; por tal razón puede llegar a sacar la conclusión de que "un otro" manipula su miembro sin su voluntad.


En un mismo día hay todo tipo de emociones. Lo que suele interesarnos no es eso, sino cual ha predominado. Es decir, una persona dice que ha tenido "un mal día" o que "está contento" o "enfadado". Lo que en realidad nos expresa es que han abundado sobre todo las angustias, los fracasos, o bien los éxitos -aunque también haya ocurrido de todo. si durante un determinado período de tiempo ha sucedido algún asunto extraordinario, probablemente predomine por encima de las demás emociones ordinarias, borrándolas con su prepotencia (para bien o para mal).


Lo mismo cabe decir para grandes períodos de vida. decimos que nuestra infancia fue feliz, o que la adolescencia problemática o que a partir de la jubilación todo fue de mal en pero. son resúmenes en los que existiendo un menú variado entresacamos lo más frecuente o lo que más nos importa según criterios muy personales.


Esto es, hacemos una estadística de cómo ha ido nuestra vida -hoy, durante una semana, en los últimos tiempos, en toda la vida transcurrida, en éste último rato-. De esta forma deducimos múltiples datos, como por ejemplo que "somos tristes" o "de talante optimista" o que "últimamente estamos muy agresivos".


EMOCIÓN Y CULTURA


Similarmente a como hemos hablado de técnicas corporales, podríamos ahora hacer referencia a las técnicas emocionales. Se supone que las emociones nos sirven para realizar nuestros deseos, pero para ello se requiere el arte de su regulación.


Tal es el caso de aprender lo que es peligroso, lo que es ser cobarde o temerario o cómo podemos defendernos adecuadamente de los diferente tipos de peligros.


Lo que para nuestros antepasados fueron gestas y hazañas para los niños son el ABC de su aprendizaje.


Cuando en tiempos primigenios la vida social de nuestros ancestros será menos complicada, también las emociones eran más elementales. Si nos fijamos en la evolución de un pueblo antiguo como el griego, de cuya influencia cultural somos nosotros herederos directos, observaremos que las primeras regulaciones del afecto se centraban en el valor (dominar el miedo, preferir morir antes que huir del combate).


Los héroes homéricos reflejan bien ésta ética agonal de la aristocracia guerrera. Aquiles es admirado por vengar la muerte de su amigo Patroclo en manos de Paris, pero se le perdona que para demostrar su areté guerrera abandone al ejército aqueo, haciéndo peligrar con ello el resultado de la guerra de Troya.


Habrá que esperar a otro gran poeta, Hesiodo, para que los griegos comiencen a considerar los valores cívicos. Su poema "Los trabajos y los Días" pasa a convertirse en una especie de manual con el que educar a las jóvenes generaciones en la paideia de la diké, del derecho.


Una poetisa como Lesbos, aun siendo mujer en aquella época marcadamente patriarcalista tan poco proclive a admirarlas, gana el corazón del griego aristócrata para el culto por el amor amistoso, más bien entre compañeros de armas o entre maestro y alumno que en las relaciones de matrimonio, que no eran por amor precisamente, como hoy las entendemos.


Si nos trasladamos a los diálogos platónicos, observaremos que están teñidos de discusiones acerca de valores éticos: que si la areté del valor se ha de subordinar a la justicia, se la justicia se subordina al bien social o a la fuerza, etc.


Gran parte de la tradición humanística en relación a temas afectivos proviene de la "Etica de Nicómano" de Aristóteles, en la que hay desarrollada una sofisticada regulación de los afectos del perfecto ciudadano, y en la que se pulen los extremismos que afean el cuerpo y el espíritu del hombre ideal: el nuevo hombre no ha de ser glotón ni mojigato, ha de ser sensible a encerrar en sí mismo todas las facetas humanas procurando que entren en una eudomonia, equilibrio armónico y sublime.


De estas raíces aristotélicas surgirán después otras ramificaciones que tan familiares resultan en nuestros tiempos: la ironía escéptica, el cinismo epicúreo, la paz estoica.


Estas tradiciones griegas son recogidas y reelaboradas a su manera por el cristianismo, y en los márgenes, mientras los cruzados se van a Jerusalén, los trovadores provenzales inventan el amour fins y el amour courtois.


El estallido del renacimiento italiano, que rompe con los moldes rígidos de las estructuras feudales, abre un período de libertad de ser, y con ello inaugura el problema moderno de la personalidad, con sus contradicciones, con su manera de entender la pasión y el pulso vibrante de una rica vida emotiva.


La larga etapa de industrialismo apaga en buen medida esas voces sin amo, domesticando la emoción hasta el sofocamiento victoriano.


Nosotros asistimos a un nuevo renacimiento, al declive de un tipo de sociedad que agoniza y que da lugar, resistiéndose lo que puede (también en el otro renacimiento ardieron largo tiempo las hogueras) a un nuevo tipo de afectividad.


Quizá otro modo de mostrar el desarrollo cultural de la emoción no lo da el mismo desarrollo del niño en sus diversas etapas de aprendizaje.


En la infancia el niño tiene impulsos explosivos: con su berrinches, su intensidad en la búsqueda del placer inmediato, sus crisis de impaciencia y versatilidad, sus reacciones prontas de temor, su facilidad para el llanto... Si bien tiene una vida emocional, no está organizada lo suficiente como para permitirle desenvolverse en el mundo de los adultos en plan de igualdad recíproca, sino por benevolencia complaciente de éstos últimos.


Un adulto que llorase por cualquier fruslería, se impacientase constantemente, tuviese continuas rabietas, etc., no podría conseguir ninguno de sus deseos entre iguales que le exigen reciprocidad.
Esto es lo que viene a suceder en los transtornos afectivos del adulto, y de una manera más atenuada también en la vejez (de ahí proviene la idea de que los ancianos son "como niños").
Un anciano no es un niño (ni tampoco un niño es un hombre primitivo, ni tiene cerebro de reptil como algunos autores sugieren). Es un adulto que tiene sus sentimientos al rojo vivo. Tiene dificultades para alcanzar un equilibrio afectivo. Esta diferencia con el niño plantea un enfoque distinto también a la hora de entender su complicada situación vital (las separaciones y muertes, un pasado que persiste en la memoria de un mundo en parte ya desaparecido, el derrumbe físico, etc.).


Igual que las técnicas corporales son aprendidas por medio de la transmisión cultural, la imitación y la experiencia, así como toda la sutil maquinaria de los afectos puede considerarse como cultural, ideo-lógica.


Esta es la forma en la que hemos llegado a enamorarnos, a odiar la injusticia, a sentirnos culpables al transgredir un deber, o simplemente a temer perdernos un programa interesante de televisión.


No hay escuela oficial para aprender el conocimiento acumulado por los siglos sobre las emociones (aunque hay tendencias de eso en algunos profesionales de preescolar, o en la psicología del crecimiento personal): más bien se deja al azar de cada cual, a las visicitudes de su entorno social y a su voluntad de hacer las cosas como mejor pueda.


El resultado de este panorama es que nos encontramos con personas que tienen sensibilidades muy distintas. Para alguien es peligroso e intolerante que se hable de él, y a otro le resulta indiferente, chistoso o incluso halagador.


En la vida práctica estas diferencias de sensibilidad suscitan muchos conflictos. a alguien le puede parecer, por ejemplo, demasiado duro el tono con el que un compañero le habla, y a su vez, al compañero en cuestión le parece por el contrario que esa persona se lo toma todo demasiado a la tremenda o que es excesivamente suspicaz.


En el terreno social hemos aprendido a duras penas a convivir unos con otros. En las relaciones intaerpersonales existe todavía una gran incomprensión, un aire beligerante y díscolo. Aun nos conocemos poco unos a otros, y no sólo eso, sino que abundan las conductas insolidarias y egoístas, que acabamos pagando entre todos.


Cuando la población tenga una mayor información y regulación sobre los afectos mejorarán las cosas. Pera esta cultura afectiva, de dónde vendrá? No es cierto que cualquier manera de entender el pretender la mayoría, una vida placentera y gozosa. Unas vías resultan mejores que otras. Es una tarea de una civilización superior el descubrirlas.


EMOCIÓN COLECTIVA


En los grupos y masas los individuos por separado participan de sentimientos comunes, lo que potencia esas emociones. Baste recordar algunos fenómenos de masa, como la estampida frente a una hecatombe, el magnetismo con el que un grupito de curiosos atraen como al miel de un panal a los que por ahí pasean, la atmósfera de un miting, para llamar la atención sobre el poder amplificador que puede tener lo colectivo.


Por supuesto, no siempre un grupo participa el unísono de su ambiente afectivo. Hay discordancias, subgrupos rivales o sectores repudiados. De todas formas el hecho de situar al individuo en el marco del grupo proporciona un carácter especial a sus vivencias.


Una explicación simplificada podría ser la siguiente: la mirada de los otros nos saca del anonimato, nos enfrenta con las diferencias o similitudes. Esta conciencia que ilumina nuestra posición nos arrastra a acentuarla, queda resaltada bajo tal luz.


Hay sentimientos que cambian dependiendo de si se dan en una relación dual o grupal. Alguien puede ser moderadamente tímido cuando se habla con él, pero en un grupo puede aturdirse completamente.


Resulta difícil sentirse a gusto en un grupo, porque ello nos obliga a ser nosotros-mismos más que nunca, si no queremos ser borrados o diluir nuestra personalidad en nombre de las necesidades del grupo.


El trabajo de afirmación propia en el grupo es considerable. Exige tener un control multilateral: de las relaciones de los diversos miembros con uno mismo, las que tienen entre sí y las propias del grupo como tal frente al exterior. somos definidos por pertenecer a un grupo o clase, y participamos, estamos implicados de cierta manera con él, amándolo, queriéndolo cambiar, porque nos atemoriza o lo necesitamos.


El modo de participar y pertenecer a los grupos es variable. Una versión la de el criterio de espacio físico compartido (un aula, un lugar de trabajo u ocio). Pero otra posibilidad es que el grupo esté atomizado bajo el punto de vista de la distribución física, aunque no por ello nos sentamos menos "agrupados" formando una clase de personas (es el caso del rol profesional, la edad, sexo, status, aficiones características).


Podríamos hablar de los grupos consolidados como instituciones, en un sentido general. Habría entonces instituciones in situ, localizables espacialmente, y otras transversales, recorriendo o cubriendo toda clase de lugares, como una moda en el vestir hace de acto de presencia en el trabajo, el hogar, el bar.


Las distintas pertenencias institucionales defienden a una persona respecto a otras personas, y ello es un hecho emotivo. Por ejemplo, el pertenecer a la clase de los intelectuales puede crearle un "mal rollo", un rechazo, en los que no lo son, o la hija que es admirada por sus amigos por su precioso mechón verde por su madre es odiada; a una persona pobre le puede avergonzar terriblemente entrar en un hotel de lujo, o un rico morirse de miedo si tiene que ir a una tasca barriobajera.


El macro grupo por excelencia ess la sociedad misma, de la que cada cual tiene algunas representaciones. conviene recordar que el individuo no sólo tiene representaciones de cuerpo propio o particularistas, la mayor parte de su mundo representacional consiste en imágenes colectivas: todas las situaciones de intercambio las poseen. Los conceptos acerca del funcionamiento social influyen en la emotividad, desde el qué dirán, hasta saber cómo conseguir comida, prestigio, diversión, etc.


Tanto es así que gran parte de lo que una persona desea de la vida tiene que ver con ser un miembro aceptado por los demás: ser considerado un adulto útil, apreciado y que funciona como los ideales sociales de su ambiente predican. Todo ello forma parte de lo más hondo de las ansias de una persona, profunda razón de sus alegrías y tristezas, de sus amores, odios y miedos.


Cuando una persona no "está al tanto" o no funciona como se supone, suele ser señalado por el grupo. La forma va desde lo cómico, para el que tropieza, se equivoca, comete torpezas; hasta las formas de violencia más extremas, como el internamiento, expulsión, confinamiento, cuando no la muerte. Zonas considerables de población son apuntadas al margen: jorobados, lisiado, viejos, negros, mendigos, extranjeros....


Por lo general el pasaje de lo que un sujeto desea, y desear que otros deseen algo que uno quiere que deseen, es abismal. Yo puedo desear que alguien a quien sobra trigo tenga ganas de regalármelo, pero ese señor lo que desea es guardárselo, a no ser que le diera algo a cambio. Los deseos de dos personas son difíciles de conciliar, porque son sujetos con igual libertad deseante. si con dos es difícil, con treinta millones todavía más. No es de extrañar que llegar al punto de civilización actual, con todo lo insatisfactorio que pueda parecernos, ha costado, no una negociación amistosa de un ratillo, sino siglos, ríos de sangre y lágrimas. conseguir deseos colectivos no está casi nunca al alcance de nadie en particular, sino del colectivo mismo: los sujetos que forman la sociedad no tienen lo bastante con el tiempo de su propia vida para conseguirlo.


Si el hombre juega a ser Dios, pretendiendo que su sólo deseo "razonable" baste para cambiar las estructuras sociales, se decepciona, se irrita y no entiende porqué los demás no piensan igual que él, arreglándose todo inmediatamente. Paradójicamente quienes le rodean suelen sentirse molestos con una sensación de penosa presión y con la orden de pensar como otra persona, por lo que los deseos de amor universal se convierten fácilmente en pretexto de una guerra de acritudes, reproches, desamor en suma.


Estar junto a los demás es algo que nos compromete más de lo que a menudo estamos dispuestos a reconocer: estamos demasiado implicados en el corazón del ser-así-como-somos con el mundo social. Y es que no sólo lo social nos "rodea" sino que también nos configura.


Los otros, con sus exigencias, su atractivo, nos ponen a prueba. No podemos dedicarnos a dudar, considerar, o a ir a nuestro capricho, sino que se trata de actuar ya, dando alguna respuesta. Tal respuesta es decisiva para los demás, que actuarán en consecuencia. Si callamos nos ignorarán, si protestamos replicarán, etc.


Cuanto mayor es el grupo más difícil nos resulta co-existir, y si no aprendemos a hacerlo es posible que nuestra existencia se empequeñezca y empobrezca en contacto con los demás, cosa que pagamos todos.


.- Ni una sola existencia humana es despreciable. El bienestar de cada individuo en el grupo es necesario para el bienestar del grupo. Podría pensarse que nada sucede si una mayoría está bien y una minoría no (contando que se pertenezca a la mayoría, claro está), pero no es del todo exacto. Un grupo que se corrompe practicando la maraginación de la minoría introduce el diablo en su propia casa. En este punto no está de más que recordemos algunos fenómenos conocidos:
.- En cualquier momento cualquier miembro podrá ser declarado en minoría y repetirse la práctica de exclusión. Como en cierto modo todos son minoría por el hecho de ser en algo diferentes, se instaura un grado de desconfianza en el sistema social.
.- La práctica reiterada de la marginación acaba por excluir a tantos que al final la primitiva mayoría se convierte en una minoría que sojuzga a una mayoría atemorizada.


Los conflictos dentro de un grupo, entre mayorías y minorías, entre subgrupos o de miembros entre sí, han de ser resueltas por el grupo de tal manera que se pueda co-existir en forma de grupo respetando la personalidad de todos, mientras que todos -en su turno- acepten este principio de consenso grupal, ya que pudiera haber una especie de terrorista que impidiera la conciliación de las diferentes posturas del grupo.


El afecto idóneo para la convivencia grupal es el amor, la emoción del intercambio y de la generosidad recíproca. un grupo prospera si hay mucho más amor que agresividad entre sus miembros. Para ello las competencias y los temores han de reconducirse hacia pactos generosos en los que todos cedan para igualmente ganar todos.


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